Asterio Calcambús. Astrónomo

Hay personas, como los gustos y los colores, para todo. Eso lo tenía muy claro Asterio Calcambús Hortigüela. Él quería ser de mayor astrónomo y mago, como Merlín; con su cucurucho pintado de estrellas en la cabeza. Leonor, decía el padre, este hijo tuyo no va por buen camino. Mira que querer ser astrónomo. Pues déjale, decía la madre. ¿Qué daño le hace a nadie si quiere ser astrónomo? El Asterio Calcambús, al no tener el apoyo paterno tuvo que hacerse astrónomo autodidacta. Esto es, a pelo, sin ningún tipo de estudio o apoyo intelectual. Pero el Asterio Calcambús no se amilanaba. Esa estrella, le decía a la Jovita Pajarero, su vecina, es la Ildefonsa, como la gorda del casino. Anda, y por qué se llama Ildefonsa y no Serafina, como la de la fonda. Pues porque la Serafina es más delgada y, además, el astrónomo soy yo y la llamo como me da la gana. El Asterio Calcambús estuvo trabajando un verano de pastor para pagarle al Triforio, el fontanero, un encargo que le hizo de un catalejo de bronce bien soldado y con dos culos de botella de anís de La Asturiana. Es que verás, Asterio, aquí lo que se debería poner es un prisma, pero de eso no hay aquí, en el pueblo. Yo no mandé a mis estrellas a luchar contra los elementos, decía el Asterio poniendo poses del emperador Felipe II justificando sus derrotas. El padre del Asterio, que se ajumaba con bastante asiduidad, cada vez que le veía mirando por el catalejo o dándole Netol y bruñéndolo, se ponía como un cochero. La culpa es tuya, le decía a la madre. Mira que ponerle Asterio. Así nos salió que está más en los astros que en la Tierra. Un niño que se precie, decía, un niño que no tenga telarañas dentro de la cabeza, podría soñar con ser el rey Arturo, o Lanzarote del Lago. Incluso podría ser la reina Ginebra, que estaba como la pata de un pollo pero mira que querer ser Merlín, que era viejo y medio lerdo. La madre, callaba y bajaba la cabeza porque su marido, metido en vinos, era de temer. Un día, le decía a la madre de la Jovita, me lo mata, vecina. Un día me lo mata. Eso o le mete cartujo y no vuelvo a ver a mi niño. Ya, ya, decía la mamá de la Jovita pero es que, mira que querer ser astrónomo y menos en un pueblo como este, que además está todo el día nublado. Encima eso, decía la madre del Asterio. Si le viera usted, doña Sonsoles, cómo se esfuerza el muchacho viendo las estrellas y poniéndole nombre. Una tarde, un grupo de vecinos llamó a la puerta de la casa del Asterio. Venían en comisión. Verá usted, señora, le dijo la portavoz, queríamos pedirle que le diga usted a su Asterio que no le ponga a las estrellas nuestro nombre. Anda, y eso, preguntó la madre. Pues porque nadie quiere andar en boca de otros. El otro día, por ejemplo, los hombres estaban en la era mirándole a la estrella de la señora Joaquina, la del galguero. ¿Usted cree que es decente y cristiano estar mirándole los brillos a una mujer decente? Pero si se trata de una estrella. Es que el pobre, saben ustedes, no tiene posibilidades y no encuentra nombres para tantas estrellas como hay. En América, como tienen computadoras, pues tienen todos los nombre que quieren, pero aquí, mi Asterio, el pobre… Pues pónganle los nombres de sus tías. No te digo, dijo la portavoz mientras que el resto de las mujeres asentía y bramaba ya sin medida ni freno. El Asterio, el hombre, se sintió frustrado y se tuvo que marchar hasta la cotarra de la Llasa donde, bajo un chaparro que le quitaba el reflejo de las luces del pueblo, tenía montado su observatorio. Allí, en plena noche de agosto, miraba las fugaces estrellas que llaman lágrimas de San Lorenzo. Ahí va la Jacoba, qué tía, que forma de correr. Ahí va la Sixta… Sobre el pobre Asterio cayó, como quien no quiere la cosa, un pedrusco; un meteorito ardiendo, que reventó a sus pies. Las gentes del pueblo corrieron a la cotarra y allí encontraron al Asterio, ennegrecido, medio alelado por el susto y con una tembladera que no había quien le echase mano. Su madre le tapó con una toquilla y se lo llevó a casa donde le dio un ColaCao y lo acostó con la luz apagada. Asterio nunca más salió de casa. Se asomaba a la ventana y, cuando veía pasar a la Ildefonsa, con sus veinte arrobas de tara, se ponía como loco: la Ildefonsa, gritaba, cuidado con la Ildefonsa que va a explotar. La Ildefonsa, a pesar de que se quejó a su madre, se enfadaba bastante cuando le decía que iba a explotar y le tiraba piedras y hasta cagajones de burro y se cagaba en sus muelas sin ningún tipo de pudor. Esto de la observación de las estrellas es de lo que no hay, con su puntito de misterio y su desconocido horizonte.

Una respuesta a “Asterio Calcambús. Astrónomo

  1. La Aguela

    Seguro que el lugar en cuestión, no estaría muy lejos de Langa y al astrónomo ya me lo imagino.