EL QUINIELIN

Ser científico no es muy difícil. Es mucho más difícil ser farolero, por ejemplo, porque científico es quien aporta algo a la ciencia pero, para ser farolero, es casi imposible porque las farolas y faroles se apagan y encienden solos. Antes sí que era fácil, bastaba con llevar un palo con una mecha y darle candela al gas. Ahora, con esto del Mercado Común y la independencia de Cataluña se ha mecanizado todo. Nicéforo Berriondo Mercado tenía en su carnet puesto científico. El Nicéfono Berriondo Mercado había inventado una máquina para rellenar quinielas que se llamó El Quinielín uno, equis, dos que tuvo mucho éxito en las paradas de los mercadillos y en las gasolineras de la Nacional IV. El Nicéforo Berriondo Mercado le ofreció la máquina de rellenar quinielas a las Apuestas Mutuas pero esta no quiso ni reunirse con él. Lo que hay es mucha envidia en este país, Nicéforo, le dijo el Diodoro, el capataz de la finca Navalahonda, en la dehesa extremeña de Carmonita, en la mancomunidad de Lácara-Los Baldíos. El Nicéfonoro quiso que Gabino, el de los millones, se asociara con él pero el Gabino le dijo ¿y para qué quiero yo una máquina de rellenar quinielas si yo saco el premio al buen tuntún? Ahí tenía razón el Gabino, Nicéforo, le dijo el Diodoro, el mancebo hierbero de la botica de Carmonita. Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. El Diodoro al expresar este razonamiento tan profundo tuvo que marchar a su casa para echar la siesta. Tenga usted cuidado -le dijo el Serapio- amigo Diodoro, no le vaya a dar un ictus de tanto pensar. El boticario titular donde trabajaba el Diodoro era don Papías, que tenía toda la rebotica llena de frascos de cristal donde guardaban fetos de ratón, culebras y hasta una tenia de metro y medio del Tarasio que fue sparring de Paulino Uzcudum cuando peleó con Primo Carnera, una bestia italiana que nació con ocho kilos de peso y llegó a medir, con el tiempo, doscientos diez centímetros, el uno detrás del otro. Oiga usted, ¿y para qué querría el boticario todos esos cadáveres metidos en formol? Vaya usted a saber. Igual estaba haciendo un museo de los horrores.  Don Avertano fue compañero en el seminario del Bonelo del Bierzo, un fraile dominico de sayal como balandrana, áspero y sucio, atado con una maroma que ríase usted de la de la barca de Santullán. El Bonelo del Bierzo fue autor de las cinco visiones ínsitas, correspondientes a Ia espiritualidad del ambiente monástico. ¡Sopla…! Impresionantes, ¿verdad?, pues las publicó y no vendió ni una copia. Esto es lo que tiene este país, don Gerlando, que hay mucha incuria y mucha ignorancia. Y usted que lo diga, don Valberga. Don Valberga salía poco porque sufría agorafóbia. A don Valberga si quería usted verle sudar sólo tenía que rodearle mientras estaba parado en la fuente de los diez caños. El don Valberga, entonces, tiraba el pitillo y se marchaba sin despedirse. Qué malo es usted, Ireneo. Mira que le gusta que el don Valberga se recoja. Anda y que le den, decía entonces el Ireneo. Este tío es gafe. No se ha dado cuenta que cuando sale siempre llueve. Igual es que el secano no le pluge, Ireneo, y solo sale cuando llueve. A lo mejor es como las setas. Ay, Ireneo, no sé que vamos a hacer con usted…

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