PÍO, PÍO, QUE YO NO HE SIDO

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Cuando yo era niño -¡oh tempora, o mores!-, como no teníamos Juegos Reunidos de Geyper, ni trenes eléctricos, ni tan siquiera un iPOD que llevarnos ar deo para mensajearnos, nos teníamos que entretener a base de imaginación. Lo mismo jugábamos a pídola, que al rescate, que al pañuelo, los cromos, el tacón… Las niñas, además de saltar como canguros con una comba, jugaban a la goma, a chocar las manos mientras cantaban las coplas del Conde Arnaldos o ¡vaya usted a saber a qué cosas más!. El caso es que, uno de los juegos para los que no se precisaba ni tan siquiera la añorada calle del barrio vacía de coches, era “Pío, pío, que yo no he sido”. Consistía, para aquellos que no lo disfrutaron, en girar a uno de los amigos. El resto, y de uno en uno, daban una colleja al pardillo. Cuando este se volvía para descubrir al collejero, todos a coro, y girando las manos cantábamos: pío, pío, que yo no he sido.
Resulta que esta mañana estaba yo escuchando en el arradio a unos señores y alguna señora, políticos, por supuesto, platicar acerca de la maldad de la banca y del sistema financiero en general. Algunos, alguna por ser más concreto, dio a entender que los banqueros se escapan sin pasar por el penal de El Puerto y con los bolsillos llenos y que ¡ya estaba bien!. Los políticos que son como niños, cuando juegan a políticos y la cagan, giran las manos y cantan también “`pío, pío, que yo no he sido”. Lo malo, para ellos, es que los pardillos, sí que sabemos cuál es el cabrón que nos ha dado la colleja.
Resulta que, el gran tumor, productor de la metástasis bancaria que sufrimos, han sido las Cajas de Ahorros. Cajas que, gracias al desahogo y a la golfería de cienes y cienes de políticos; de sindicalistas obreros y de sindicalistas empresariales la cagaron cuando cambiaron las reglas del juego en beneficio propio convirtiendo unas instituciones cuyos fines eran, básicamente sociales, en un banco puro y duro, sin ningún control, aparte del político, claro, de los distintos gobiernos a través del Banco de España. Tener el control de las cajas de ahorros a través de los políticos es como tener a la zorra cuidando del gallinero. Para controlar a un político de mi partido tengo a otro miembro de mi partido en el Banco de España. A esto se le llama cerrar el círculo.
Los banqueros son lo que son, ¡hasta ahí podíamos llegar!, y no seré yo quien escriba una sola letra para defenderlos, pero es que lo que diferencia a la banca privada de las Cajas de Ahorros es que los primeros tienen un negocio para ganar pasta única y exclusivamente. Cobran de sus accionistas y sus impositores y, para mayor cachondeo, de todos nosotros a través de ¡tachán!, los políticos; pero a los esos mismos políticos que regalan nuestros impuestos a los banqueros y que están, a su vez a través propio o de su partido, en las Cajas los hemos puesto nosotros; están cobrando de nuestros impuestos, manejan dinero en instituciones públicas de carácter social y están ahí para evitar, precisamente, lo que ellos han hecho: desvalijar la caja en beneficio propio. Y no me refiero, naturalmente, a un partido u otro; no.
¿Creen ustedes que los señores, y alguna señora política, de los que estaban dando sus opiniones a través de las ondas han hecho el más mínimo ejercicio de conciencia?. Ni por el forro. La culpa, para ellos, es de los banqueros , de los contratistas, de los promotores y de los constructores. De las empresas constructoras, de los accionistas ávidos de dinero, del sistema capitalista. ¿Alguno de ustedes creen que entre estos “culpables” metieron a alguno de los miles de consejeros de carácter político, algún consejero sindicalista obrero o sindicalista empresarial? ¿Creen ustedes que en algún momento hicieron la más mínima reflexión, reconociendo, aunque fuera de manera fingida, que lo ocurrido en el sistema financiero español es, en mayor medida, culpa de las Cajas antes (o a la vez) que de la Banca y que, precisamente han sido ellos, los políticos, los sindicalistas, los empresarios asociados a la CEIM y a la CEOE, quienes con su irresponsabilidad llegan a afirmar que ni tan siquiera se han leído los papeles que les entregaban; que ellos no tienen ninguna responsabilidad pues hacían lo que les decían. No ha existido ningún ejercicio de autoinculpación por firmar aquello que les decían sin revisarlo, por dar el visto bueno a las auditorías falsas, por retirar préstamos para sus sociedades con cero por ciento de interés.
Pero no se preocupen ustedes, que mañana, cuando haya nuevas votaciones, nosotros pardillos irredentos pondremos la nuca para que nos den otra colleja y, cuando sintamos que nos arde la nuca por el collejón seremos tan gilís que nos giraremos y, encima, los muy hijoputas cantarán aquello de “pío, pío, que yo no he sido”. Y lo malo es que nos lo creeremos.

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