MEA CULPA, CAPITÁN… MEA CULPA

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En El Burgo de Osma, la patria chica de José María Aldea Romero, capitán de la marina mercante y viajero por la totalidad del orbe planetario, como un Sebastián de Elcano de secano barbecho, suena a rumor de otro mundo -en el silencio del frío y monástico campo soriano- el ruido reiterativo y casquivano del motor del automóvil del capitán. Es un run-run alemán, progresista y luterano que chirría en las estrechas calles burgenses bajo las pétreas armas de los escudos obispales.
Bajo el toldillo donde asaron al cordero bíblico, donde rebuznó, potente como un dios pagano y juvenil, el garañón que cubrió a todas las yeguas del contorno para crear una estirpe de mulas y mulos que dejaran en enaguas al burdégano astur; donde baló la oveja ojalada con su medio antifaz; donde zumbó el enjambre de aquellas abejas negriamarillas que acabaron recalando en las dos alcarrias de rala hierba; hartas ya de tomillo, de romero y de flor de la acacia; allí, y no en otro lado, tenía su rumoroso vehículo el capitán, listo y al ralentí, para volver a Madrid en la amanecida de este martes.
Cerca del campanario catedralicio al que le falta la torre somera y de la que, ¡ay, milagros de san Pedro de Osma!, caen las campanas sin cobrarse victimas. Allí, entre Tortas del Beato, panes extendidos, migueles desecados y vueltas de chorizos en los escaparates, corre cantarín y desbocado el Ucero. El cangrejero, el truchero, el cristalino Ucero que nace en el manadero de La Galiana y se desboca, atontolinado, hasta el Duero donde entrega sus aguas y sus secretos.
El capitán se marcha. No ha tenido, apenas, vacaciones y yo, que recibí un mensaje suyo diciéndome que fuera al Burgo para tomar un vino, no le acompañé. Mea culpa.
El capitán habrá salido tras la tormenta de ayer, lunes, que comenzó a lo bobo mientras comíamos y duró hasta mediada la tarde. Una tormenta fuerte, de gran aparato y mucho trueno. Una tormenta que no abonará el campo para el nízcalo, para la seta de cardo, para el hongo que aquí llaman miguel pero que, junto a otras que quizás aparezcan, humectará la capa de tierra y hará crecer el noble fruto del micelio, esa masa de hifas que constituye el cuerpo vegetativo del hongo.
Al capitán no le importa marcharse, lleno de conformidad y con un gesto elegante en la sonrisa. No en vano, el capitán, ha partido de todos los puertos que en el mundo sean con esa misma elegancia y conformidad. No; el Capitán, al cruzar el restaño del agua clara que sirve para beber, para regar y para enamorarse, las aguas fías del Ucero –decía- habrá torcido el gesto con un rictus de amargor. Su amigo, el ferroviario sin trenes, le ha dejado tirado, al albur de la galerna, capeando el temporal del lunes y al pairo de refugio alguno en la plaza mayor del Burgo. Sin un vino, sin un mal torrenillo, sin un paseo ventilado y húmedo desde la plaza a la catedral y luego, atravesando el frondoso parque, hasta el puente de piedra.
Los diosecillos lares, que en Soria son arévacos y celtíberos a partes iguales, duermen su letargo en el corazón dulzón del chopo de ribera que bordea el Duero por San Esteban. Al cruzar la puente castellana el capitán, de forma maquinal, habrá girado la cabeza a babor por el desvío a Soto por ver si el ferroviario venía desde Langa al Burgo. Pero no, el ferroviario no ha acudido.
Navegue el Duero quien lo quiera, que no es facultad de un hombre de secano cruzar la mar océana siendo soriano. Navéguela, si; pero hágase con amigos que no fallen en los momentos de sed y tertulia. No deje el capitán su suerte, ni su hato el pastor, ni el amigo al camarada a quien, de repente y sin saber por qué, no se ha llegado al Burgo. Que el marinero –por algo le llaman marinero- se haga a la mar madrileña, ese pantano enfangado de autos y de semáforos, a bordo de su auto alemán, rutilante y ronroneador, que es lo más parecido al tran-tran de un chinchorro que corta la mar Cantábrica en dirección al horizonte sin mácula y sin dolor de la vieja Alba. No lo merece quien, habiendo sido requerido por su capitán, no ha acudido porque estaba acompañado de más de dos docenas de mutrikuarras durante el puente de la Virgen y hasta el amanecer de este martes.
Mea culpa, capitán… mea culpa.

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